sábado, 27 de enero de 2007

Esa noche al son de los años 70

Dicen que las mejores noches son aquellas que no planeamos, y a veces tienen razón, mucha razón.
Ese sábado nos juntamos 3 amigas, sólo queríamos tomarnos unas copas e irnos cada cual a su casa a dormir.
Primero fuimos a un bar bohemio, de esos con música suave, velas, gente tranquila y sillones en los que si te acomodas mucho, te sobas. Si ya eran pocos los ánimos, la elección del bar no fue demasiado adecuada. Allí estábamos las 3 bostezando sin parar y sin saber muy bien qué decirnos (nos vemos todas las semanas, además de las llamadas, mensajes y comunicación por el Messenger).
Una de mis amigas, avispada, nos sacó del bar después de la 1ª copa, casi arrastrándonos y nos llevo a otro bar donde se suponía que había una fiesta privada de los años 70.
- 15 euros la entrada, dijo el portero
- ¿15 euros? Pero estás loco, son ya las 2 de la mañana, además nosotras bebemos poco y hemos llegado aquí hoy de casualidad, no sabíamos nada de la fiesta, siempre venimos aquí los viernes….. (las 3 con carita de corderito degollado haciendo ojitos al portero)
- Bueno, ¿qué tal si pagan 20 euros entre las 3 y se toman 2 copas cada una?
Nos pareció una oferta más que razonable, total nosotras nos saltaríamos el pequeño hecho de las 2 copas por persona y listo.

Así fue como entramos, la gente disfrazada, pero muy currada la ropa, vamos habían rebuscado en los cajones de sus madres, esos que se guardan en los trasteros con ropa con gran valor sentimental; porque aquellas prendas no eran compradas. De hecho reconocí modelitos y zapatitos que mi madre lleva en muchas fotos de esas de antaño.

La música de los 70 genial, la gente se inventaba coreografías y nosotras sin conocer a nadie, bailando con ellos como si todos fuéramos a la misma academia de baile.
Tras la 1ª copa, el portero (como si no lo supiéramos) nos dijo: bueno sólo les queda una copa más por beber.
Tras la 2ª copa: chicas, ya saben, no se pueden acercar más a la barra (había barra libre y las botellas, refrescos y vasos estaban encima de la barra, en plan self service).
Nosotras ante tu continua actividad detectivesca sólo sonreíamos sin olvidarnos de hacerle ojitos y poner nuestro mejor perfil.

A la 3ª copa ya hacíamos el tren con los demás y cantábamos en coro con nuestros nuevos amigos. Como el bar es una típica casa canaria, salimos al patio a coger un poco de aire, aprovechando que estaba vacío. A mis amigas (ilusas) no se les ocurre otra cosa que ponerse a bailar con las columnas de madera. Yo les advertí que como siguieran así, todos los tíos del bar, vendrían al patio y entonces íbamos a estar igual de apretadas que al principio. Pero ellas, a las que les gusta más un baile que a un tonto un lápiz, ni caso. Al segundo empezaron a llegar en manada toneladas de hormonas alteradas. Disimuladamente me hice a un lado porque yo siempre he sido la más modosita de mis amigas y me gusta mi rol. Aquellas hormonas gritaban:
- ¡Qué siga bailando la de las botas azules!
A lo que ella contestaba:
- ¡Podría ser tu madre!
Aquello ya se nos estaba empezando a ir de las manos, sobretodo cuando me di cuenta que al único grupo de chicas, aparte de nosotras, que estaba en el bar, les gustaban también las mujeres; como así nos lo demostraron toda la noche presentándose una y mil veces, pidiéndonos que bailáramos con ellas, que les colocáramos los pañuelos, trabas y demás complementos; y haciéndonos ojitos como nosotras hacíamos al portero.
No dábamos abasto. Cada una hablaba con quien podía.
Yo me puse a hablar con un chico, al principio pensé que con él no podría tener una conversación de más de dos minutos, su manera de vestir, su forma de hablar; no parecía ser del tipo de personas con las que me relaciono. Pero cuál fue mi sorpresa al descubrir a una persona sencilla, interesante, divertida, muy diferente a mí pero que me contaba su vida como si me conociera de siempre. Yo le dije que era psicopedagoga pero eso no es lo mismo que psicóloga, yo se lo advertí pero él quería hacer terapia y a mi no me pareció una mala idea. Así conocí a todos sus amigos y a su hermano que con sólo mirarlo me daban ganas de echar a correr. No por feo, sino porque era de esas personas con mirada penetrante y dura, de las que uno se dice: ¿mientras me mira que le estará pasando por la cabeza?

Yo no sé en qué momento perdí la cuenta de los cubatas que bebí, sólo sé que bebiéndome una copa, no sé si la 6ª o 7ª tuve ganas de vomitar y decidí dejarla y empezar a agua de garrafa (que también tenían en la barra). Mi nuevo amigo seguía contándome su vida y milagros, a veces se emocionaba tanto y se acercaba tanto que sentí tener la cara llena de pequeños escupitajos, pero yo estaba ya demasiado ida para mandarlo a callar o para separarme. Su hermano me sacó a bailar, así de repente y me dio unos meneos que creí morir. A pesar de eso, yo no quitaba mi sonrisa. Mi amigo se molestó y creí intuir que su hermano le hacía eso con frecuencia.

Mis amigas ocupadas, una hablando con un francés que no sé de dónde había aparecido y la otra con cara de susto sentada mientras un chico le acariciaba la oreja.
- Es que me da palo decirle que me deje la oreja en paz, me explico luego

Las horas iban pasando y se acercaban las 6:30 a.m. hora de cierre. Encendieron las luces, bajaron la música y nos comunicaron, micrófono en mano, que iban a cerrar.
Todos protestamos, y así lo manifestamos con un “Ohhhhhhhhhhhh” al unísono, que parecía haber sido ensayado durante días, pero yo, presa de las copas, de esos maravillosos cubatas, me alcé como portavoz del grupo y con una botella en la mano grité: ¡pues yo no me voy!, ¡me da igual que cierren!, ¡yo me quedo aquí!
En ese momento, mis amigas entendieron que había llegado la hora para mí, que estaba lo suficientemente borracha como para hacer esa clase de tonterías sin ponerme siquiera ni un poquito roja. Yo la modosita y discreta del grupo, la que no suele bailar dentro del coro que hacen sus amigas para irse luciendo de una en una.
Del bar me sacaron, casi a empujones y reímos divertidas, pensando en que sin pretenderlo, habíamos sido las reinas de la noche, sin competencia femenina y con todas las hormonas rendidas a nuestros pies.

El final de la historia no es tan glamuroso, hice muchísimas visitas al baño, él me acompañó en mis horas más bajas, esas en las que vomitaba la noche una y otra vez.

1 Dí lo que quieras:

Anónimo dijo...

"Me alcé como portavoz del grupo y con una botella en la mano grité"... juajuajuajauajuasjujujujujujuj... he llorado y todo de la risa.

¡¡Quiero las iniciales de esas dos amigas!! jujeurjruejuejeuejeu...