domingo, 1 de febrero de 2009

Nadie

Ya me queda poco para los 30, los 29 han sido duros de roer, bueno los 28 también. Desde octubre mi vida ha dado un cambio poco sustancial para los demás y totalmente radical para mí.
Es extraño, nadie nos enseña a vivir, a sentir, a guiar los malos pensamientos.
Nadie nos enseña a relajarnos, a decir basta cuando no podemos más.
Nadie nos enseña a conocer nuestro cuerpo, a darnos cuenta de lo que nos pide a gritos.
Nadie me había dicho nunca que la barrera entre sentirse bien y sentirse mal era tan delgada y tan frágil.
Nadie me enseñó nunca a llorar cuando lo necesitaba ni a hablar para desahogarme y aunque pensé que yo lo hacía, como cualquier otra persona, no lo hacía lo suficiente.
Nadie me dijo nunca que aquí estamos todos de prestado, incluso yo; que al igual que los demás nos dejan, en cualquier momento lo puedo hacer yo también.

Al final ha sido la propia vida con sus idas y venidas la que me ha avisado de que detrás de las ganas, las sonrisas, el amor y las aspiraciones se escondía una niña con historias pasadas enquistadas, una niña viviendo como una adulta pero con la fragilidad de una niña.

Todo esto lo he aprendido en estos meses. Ha sido toda una liberación. Saber, aprender sobre mi y mi cuerpo me ha hecho ver las cosas de otra manera. Nunca me he sentido triste en estos últimos dos años, pero ahora soy más feliz que nunca. Es como si todo tomara un nuevo sentido, como si mi vida y la de los demás fueran más importantes que antes. Como si las pequeñas cosas ocuparan más espacio que las supuestas “grandes cosas”.