miércoles, 24 de septiembre de 2008

Vuelta al trabajo

Hoy ha sido mi primer día de trabajo después de la semana y pico que me tuve que coger de baja. Pedí el alta voluntaria el martes por la tarde porque ya me encontraba bien y me aburría de no hacer nada productivo.
El día ha sido matador porque entre el cole y el trabajo que tengo por la tarde los miércoles, he llegado a casa a las 8 de la tarde arrastrándome. Pero ha merecido la pena: esta mañana me esperaban en la fila del patio 24 sonrisas y muchos abrazos, y eso, para mí, no tiene precio.

martes, 16 de septiembre de 2008

LLegó septiembre lleno de sinsabores

Llegó septiembre y con él una lista de sinsabores que ni siquiera sé muy bien cómo interpretar.

El final del curso fue un poco angustioso, una semana antes de acabar junio, mi abuelo se puso enfermo y lo ingresaron en el hospital con pronóstico grave. Por suerte los niños ya tenían vacaciones y mi trabajo en el colegio consistía sólo en terminar de rellenar informes y actas.
Cuando acabó el trabajo y todos estaban de vacaciones, en mi familia nos turnábamos para estar con mi abuelo en el hospital, me tocaba un día cada tres y eso estaba bien pero los días de no hospital, en vez de salir y divertirme, los pasaba prácticamente en mi casa sin hacer gran cosa; todos mis amigos estaban trabajando y el marinerito también.
Pude irme 8 días a Ámsterdam porque mi abuelo mejoró aunque me sentía culpable por no estar con él y andaba todo el día llamando a mi madre o a mi hermano para preguntar por la evolución.
El resto del verano siguió con la misma dinámica hasta que a finales de agosto se puso peor y estaba con él todos los días y mi madre y mi tía se turnaban para quedarse por la noche.
Finalmente murió y la última semana de agosto nos fuimos toda la familia al sur de la isla a un apartamento a descansar. Yo me sentía vacía, triste, angustiada porque en breves días empezaba de nuevo a trabajar y no había disfrutado nada del verano.
Y así empezó septiembre, sin ganas, sin ilusión. Al cuarto día de trabajo noté un ligero mareo y recordé que el año anterior los había sufrido de noviembre a mayo, empecé a ponerme nerviosa, además se me habían inflamado y deshinchado dos ganglios.
¡Estoy enferma! ¡Tengo algo malo!
Cada día me ponía más nerviosa y me obsesionaba con el tema, hasta que mi cerebro dijo: ¡hasta aquí! Y el fin de semana me dio una crisis de ansiedad.
Nunca me había nado ninguna, es una de las cosas mas desagradables que he vivido, sobre todo porque escapa del control de quién la sufre.
He tenido que ir al médico y sé que tengo que cambiar hábitos y rutinas, y tomarme mi trabajo con más tranquilidad y no reprimirme de llorar si me acuerdo de mi abuelo.
El cuerpo me ha dado un aviso de los fuertes y prometo hacerle caso.