jueves, 24 de enero de 2008

La vida es como una estación


Dicen algunos que la vida es como una estación, un día llega un tren interesante, te subes, conoces a todas las personas que viajan en él, disfrutas del trayecto. Algunos viajes son cortos, casi inapreciables, personas que entren en tu vida durante un pequeño espacio de tiempo y a los que no vuelves a ver jamás, o los sigues viendo pero ya no de la misma manera.
Otros viajes son más largos por unas circunstancias o por otras, esas personas te acompañan en tu camino mucho tiempo y se llegan a convertir en gente muy especial. Vives momentos maravillosos; otros no tantos, pero en ese tren creces y evolucionas. A veces debes bajarte, te quedas en la estación, perdida sin saber a donde dirigirte. Pasan trenes pero no te apetece subirte, otros trenes ni te paran. Te enfadas pensado que decidiste mal, no debía haberte bajado, quizás no vuelva a pasar otro tren, a lo mejor, ese tren que se fue, no vuelve a buscarte, no te da una segunda oportunidad y tú sigues perdida.
Es posible, pero nunca lo sabrás, que haya alguien buscándote desesperadamente en un tren mientras tú continúas triste y confusa en la estación. O personas que se bajan en una donde tú no estás, ni estarás y tienen que esperar que la suerte les de un nuevo viaje.
En la estación, hay personas que como tú no saben a donde dirigirse, algunos de ellos se convierten en compañeros de desdichas, tienen historias muy parecidas a la tuya.
Llega un tren, les gusta, se suben, tú te quedas y piensas en la suerte que tienen, ya encontraron un trayecto, un camino. Esperas que el siguiente sea el tuyo, pues no quieres quedarte sola en la fría estación.

viernes, 18 de enero de 2008

La condena de las navidades

Hace mucho que no escribo, las navidades me dejaron agotada y el inicio de las clases me tiene arrastrándome por las esquinas.
Ahora entiendo eso de “los únicos que disfrutan de las navidades son los niños”, qué horror de fechas. Cuando mis padres vivían juntos eran un infierno por las movidas que se formaban esos días tan entrañables. Una vez separados, empecé a disfrutarlas como supuestamente se merecen, pero a día de hoy son una condena. Tengo que cocinar, para mucha gente y todo debe quedar buenísimo sino bronca de la jefa que para eso la educaron; tengo que comprar, no sólo lo que yo regalo a los demás sino también lo que los de demás regalan a los de más allá. Porque claro, la jefa dice que al marinerito le compre yo, que tengo más gusto y lo conozco más, a mi hermano también porque la pobre mujer esta harta de que su hijo le agradezca los regalos con un “joder mamá, ¿a ti ésto te parece bonito?”
Por supuesto que la madre del marinerito también necesita ayuda para comprarle al hijo, porque ella a su edad dice que no tiene gusto, quien la viera vestida con ropa de Zara y de Mango no diría lo mismo pero bueno.
Mi marinerito no sabe comprarle a su madre y menos a su padre. Así que cada vez que se acercan las fechas, me empiezo a poner nerviosa y cada año juro y perjuro: “el año que viene me planto, que nadie me compre porque yo no pienso gastarme un duro, ni soportar atascos ni aguantar colas ni regatear con el precio del papel de regalo.
Menos mal que he sido muy buena y los Reyes me lo recompensaron con montón de regalos y una Nintendo DS que está haciendo que mi viejo cerebro rejuvenezca hasta ser el de un bebe con chupa y babero.